Somos un país con fallas de origen

Somos un país con fallas de origen

Lo que vivimos es un desastre en su máxima expresión y en su verdadera dimensión, porque define a un país en caos e involucra a la totalidad de sus ciudadanos e instituciones en la desesperanza. Un triste pero real panorama de lo que hoy nos sucede.

Para una mejor comprensión de esta visión, vamos a identificar, ante todo, tres de sus causas entre otras varias.

Estas son, la “siembra sin cosecha”,” los intereses creados”, y “la informalidad”, que juntas, conllevan a la teoría de la “división por diferenciación”. Vamos aclarando y definiendo la teoría.

Para comprender esta interrogante tan osada, se requiere indudablemente transparencia y realismo.

El primer acto, responde a “La siembra sin cosecha”, es un análisis negado con el planeamiento, el mejoramiento continuo, y el desprecio por el éxito país que, implica el mérito personal y la sólida unión de los peruanos.

El Perú está totalmente dividido por decisión de sus pueblos y la justicia que Dios no defiende. Mario Vargas Llosa, puso sobre el tapete una pregunta muy popular que dice:

¿Cuándo se jodió el Perú?

Ante esta interrogante, no podemos referirnos solo a los hechos de cincuenta o sesenta años atrás, ni siquiera del siglo pasado, que nos condujeron a situaciones lamentables como el terrorismo o el nefasto velascato izquierdista; la respuesta hay que encontrarla mirando con seriedad y valentía el camino más atrás, donde vamos a encontrar el bache, y se trata de un acontecimiento de hace dos siglos, denominado el inicio de la República. Un proceso en el que nos impusieron una república engañosa y pro- movida desde afuera, que no nació de las entrañas ni la mente de los peruanos, sino de los intereses externos, que comenzaron dividiéndonos para reinar, reduciendo nuestras potencialidades ya consolidadas al tijeretear el territorio nacional sustrayéndonos Guayaquil, el Alto Perú, y posteriormente Leticia, el Acre, para finalmente terminar perdiendo en una confrontación inútil Tarapacá y Arica, a vista y paciencia de nosotros mismos, bajo la batuta del tristemente célebre Simón Bolívar, artífice del inicio del caos. Definidamente que este acto nos agarró en pantalones cortos, sin concepción de país, sin organización política, sin objetivos claros, y sin una adecuada internacionalización de nuestras potencialidades productivas. Nada o poco hemos cosechado de esta siembra, por lo tanto, después de doscientos años no hay nada que fes- tejar porque fue una siembra sin cosecha.

Las consecuencias con el pasar de los años han sido fa- tales, más de cincuenta años de caudillismo y enfrentamientos, un desfile de constituciones, presidentes anuales, un conflicto lamentable como la Guerra del Pacífico, el escalofriante ir y venir a la democracia entre el péndulo del militarismo golpista, y el deprimente trípode de la clase política, que actuaba bajo el feudo de la “ignorancia, ineficiencia e incapacidad”, salvo honrosas excepciones, y que su principal función de utilidad ha sido la ingobernabilidad y la generación de brechas socioeconómicas y culturales casi insalvables, con las que hasta hoy convivimos en me- dio del caos, y lo más grave, sin percibir todavía una luz en el interminable túnel.

El segundo acto, tiene que ver con “Los intereses creados”. Pareciera que la raza humana antepone sus propios beneficios como norma de comportamiento en el accionar público, en contra del sentido común y el bienestar para todos, lo que no debe ser así. Esto solo sucede cuando hay inexistencia de principios y el no tener una bien fijada escala de valores o ignorarlos deliberadamente, lo que significa un hombre sin alma que deambula en el limbo, aprovechándose que este se diferencia del cielo o el infierno, para no tener que responder después de llegar a la meta con una sentencia de purgatorio. Pero esta posición tiene un defecto añadido que, para el logro del poder o la imposición del interés personal, económico y sobre todo ideológico, se recurre a la violencia en cualquiera de sus formas, lo que le da un toque agravante como lo hemos vivido en el país, y lo vemos hoy en el contexto internacional, con el terrorismo desenfrenado del medio oriente.

El tercer acto y el que más genera indiferencia, es “La informalidad”, la cual y hasta hoy, se combate solo con palabras y no con hechos. La informalidad no solo tiene que ser percibida en el contexto económico o por la evasión tributaria y el comercio ambulatorio, aunque estos temas representen uno de sus filones más agudos, sino en otras actividades de la vida cotidiana, que muchas veces conllevan sacadas de vuelta, resquicios y malos usos, y que son el aliño del caos y las causas de crisis y protestas.

Para comenzar, nadie me va a convencer que el Perú hoy en día, está dividido políticamente bajo criterios ideológicos. El “pueblo” peruano en su gran mayoría, no conoce ni discierne, comprende o distingue, las diferencias ideológicas que se le proponen, así como los efectos en cuanto a las políticas sociales o económicas manifiestamente erradas, por lo tanto, no se está cumpliendo el ejercicio de nuestro derecho electoral al voto en su verdadera dimensión, porque no elegimos a conciencia sino motivados por efectos extraños. Por estos motivos, es que siempre el Perú estuvo dividido producto de una larga y paulatina campaña de concientización política e histórica, sembrada por comunismo asolapado, promoviendo el resentimiento social, el odio, la envidia, la historia distorsionada, y las acusaciones sin fundamento, acciones que lamentablemente han calado en la ignorancia del pueblo. A lo que se suman las diferencias étnicas y raciales de la población, -naturales en origen y que no deberían existir-, las que han agudizado las brechas de confrontación y diferenciación en materias de hábitos, costumbres, formas, higiene, respeto, raciocinio y valoración, que redundan en una casi cerrada identificación personal cuando se trata de escoger o votar por un líder, sin tomar ninguna precaución en cuanto a capacidad, conocimiento, o un plan que solucione nuestros problemas más agudos, prefiriendo el dicho que dice, aunque robe pero haga. Esto es una informalidad en cuanto a decisión electoral.

Esta es la verdadera división política de los peruanos y hay que combatirla con seriedad, una ver- dad que no se la quiere mencionar y siquiera comentar, por el temor de ser acusado de racista, discriminador y odiador, que predican las diferentes facciones comunistas y caviares, y los organismos que abundan a su favor, que tienen gran facilidad para llegar a través de algunos medios de opinión al “pueblo”. Este es el primer nivel de informalidad social que genera división con las consecuencias que todos conocemos y que solo existe un camino para arreglarlo, mejorando la educación con una buena predisposición social y voluntad política. Porque es indudable que solo la educación sal- vara al Perú de todos sus males.

El tema político propiamente dicho, es otro acto de informalidad latente no reconocido en su verdadera dimensión, porque la política esta destruida, porque no existen partidos políticos formales y bien estructurados, con principios conceptuales e ideológicos claros y menos, con líderes que los conduzcan, que sean capaces de brindar soluciones a los problemas nacionales, porque la política está para eso, para servir y no servirse, y no ponerla en manos de improvisa- dos informales llamados movimientos, que no saben atar ni desatar, contaminados con la inmoralidad, y lo que es más grave, familiarizados con la ineficiencia y con la negligencia, falta de criterio, de compromiso, y con un casi nulo nivel de conocimiento de la cosa pública.

La informalidad cunde también en los medios de comunicación en sus variadas formas, porque lejos de tener profesionales calificados que generen opinión seria, ética, moral, veras y oportuna, echan mano a los ya famosos opinólogos caseritos, que cuando aparecen no tienen otra función que defender posiciones, intereses y oportunidades, usando algunas veces publirreportajes para evadir responsabilidades. Los opinólogos los hay en todas las formas y especialidades, diestros y siniestros, con fundamentos o sin fundamentos. La gama incluye, además, pechos fríos y fanáticos, grones y cremas, todos y todas, pobres y ricos. La gran pregunta es: ¿si la prensa en su conjunto socio-empresarial, es parte de la solución o es parte del problema? Esta es una apreciación donde no se toca el fondo relacionado al sentido de la libertad de expresión que debe ser defendida y valorada unánimemente, sino las formas de conducción informales.

La informalidad acompaña a la frustración ciudadana que también tiene matices informales y formales. Los peruanos residentes en el extranjero, que se cansaron de vivir en un mundo informal y de opresión, y optaron por la formalidad, las oportunidades, la paz y tranquilidad, con el aporte de su conocimiento aportan en otros lugares. Del otro lado, el resto de los peruanos encerrados en la jaula del caos, en condiciones lamentables, viviendo resignados y frustrados.

También la informalidad ha llega- do a la economía, donde los informales predican un estado de recesión y claman por el famoso ayúdame, y sin embargo los formales siguen produciendo, vendiendo y exportando, haciendo país. El verdadero problema es que hace varios años estamos en recesión mental, faltando al común denominador por efectos de la división y la confrontación, que sin duda afecta el bien común y el bienestar para todos. Lo más peligroso es que nos movemos entre conceptos de desvalorización añadida cada día y generando más valor desagregado.

El país hace agua, pero da la impresión de que en algunas partes todavía se percibe agua cristalina, sin embargo, cada día avanzan como contrapartida las aguas turbias y contaminadas, y nadie se quiere dar cuenta, ¿no será que también el líquido elemento aspira a ser parte de la informalidad? Una cifra adicional. Somos un país con un 80% de informalidad, y caminamos a ser el primer país informal del mundo al 100%.

Luis Ernesto Cáceres Angulo

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